Posted on diciembre 7, 2018
¿Sabes qué es lo grandioso que pasa cuando gente “común y corriente”, como tú o como yo, realiza acciones que se supone que no son para gente común y corriente? Lo grandioso es que más personas comunes y corrientes se empoderan, se inspiran y, finalmente, se atreven a dar sus propios pasos.
A veces pensamos equivocadamente que las grandes acciones están reservadas solo para algunos, que escribir, por ejemplo, es solo para escritores o que aparecer en pantalla es solo para “grandes rostros”. Lo que no vemos es que son nuestras acciones las que nos llevan a constituirnos en aquello. En ese sentido, por ejemplo, un/a deportista de alto desempeño no nace como tal; son las acciones que realiza sostenidamente las que le permiten llegar a serlo.
Lo que les comparto ¡no es nada nuevo! Ya lo decía Aristóteles: “somos lo que hacemos repetidamente. La excelencia, entonces, no es un acto sino un hábito”. Sin embargo, muchos de nosotros, en más de alguna ocasión, nos hemos desconectado de nuestro propio poder personal, subestimando con ello el poder de nuestras acciones.
Muchos hemos creído que soñar, tener un propósito e impactar y contribuir al mundo (incluido nuestro propio mundo), está reservado solo para algunos “los/las especiales o iluminados/as” (intelectuales, políticos, artistas, en definitiva, “los VIP”). Lo que no sabemos es que todas las personas estamos llamadas a ser luz. Como dice Mario Alonso Puig: “somos fuego que hay que encender”.
Pero, ¿quién es el responsable de encender ese fuego… nuestro fuego? Con cada paso que voy dando, cada vez me convenzo más de que el/la responsable de aquello es cada uno/a y que cuando logramos encender esa luz, ese fuego, entonces se ilumina un camino: nuestro camino…
Y más aún, porque no solo se ilumina el camino propio. Algunos fragmentos de esa luz y de ese fuego rebotan, se escapan, disipan chispas y encienden otras brasas, y el calor y la luz se cuelan entre algunas grietas y entran en lugares oscuros y fríos, dando luz y entibiando nuevas ideas.
La huella que dejaste opera, entonces, como una guía que inspira a que alguien más se atreva a dar un siguiente paso… Es así que, además, dejamos de caminar solos y se van sumando nuevas luces y nuevos fuegos a nuestro propio camino.
Así, lo que he aprendido este último tiempo es que son pequeños pasos los que nos llevan a conseguir grandes acciones. A la vez que cada paso que damos no solo reafirma nuestro propósito, sino que también inspira a otros a caminar su propio camino. Y es que ya lo decía: nadie nació cantante o escritor/a o físico nuclear. Nadie nació siendo exitoso/a, premio nobel o líder, es la recurrencia de nuestras acciones la que nos lleva hacia allá, así que no te quedes como espectador porque todos, sin excepción ¡podemos llegar a ser rock star!
Anthony Robbins (2014), señala que “la forma más poderosa de configurar nuestras vidas consiste en emprender la acción”[1]. Y es que un largo camino de experiencias comienza siempre con un primer paso, al que se le suma otro, y otro, y otro más. Entonces, “no es el hábito lo que hace al monje”, sino su habitualidad[2].
Hace algunos días estuve en el Simposio Internacional de Coaching Ontológico. Allí, Alejandro Marchesan decía: “mantén los pies firmes en la tierra y los ojos puestos siempre en la posibilidad”. Su frase me llevó a observar mis últimas acciones, mi entorno y a conectarme con ese punto de inflexión en mi vida en que mi mirada se alzó maravillosamente hacia ese lugar lleno de posibilidades y sueños y cómo esto ha marcado mi propia existencia y la de otros.
Es así que con mis pies firmes en la tierra y mis ojos puestos no solo en mis posibilidades, sino también en las tuyas, te pregunto, ¿cuál es la posibilidad que sueñas? Y sobre todo, ¿cuál será tu siguiente gran paso para lograrlo?
Sí quieres despertar al Rock Star que hay en ti, te invito a contactarme. ¡Estaré feliz de acompañarte!
¡Gracias a todos los que se atreven e inspiran! Y también, a los que pronto se atreverán.
Si te gustó esta publicación y crees que le puede servir a alguien más, te invito a recomendarlo, comentar y/o compartirlo en el siguiente link: https://www.linkedin.com/pulse/todos-estamos-llamados-ser-rock-stars-anlleni-nu%C3%B1ez-quiroz/
También, si quieres recibir más información acerca de mis publicaciones, puedes seguirme en LinkedIn, o bien, inscribirte en nuestro blog.
[1] Robbins, A. (2014). Controle su Destino: controlando al gigante que lleva dentro (4ª Ed.). Barcelona: Debolsillo.
[2] Habitualidad: Cualidad de habitual. Que se hace, padece o posee con continuación. (http://dle.rae.es/?id=JveAVgH)
Posted on noviembre 19, 2018
Hace unos días, escribí acerca de “Algunos peligros de confundir grandeza con arrogancia y pequeñez con humildad”, un tema relevante para mí. De este modo, justamente dado el impacto que la temática había tenido en mi vida, me sentía doblemente desafiada a lograr evocar con claridad el fenómeno que quería plasmar. Asimismo, escribiendo acerca del tema me vi una vez más encarnando el fenómeno y temiendo enfrentarme nuevamente a mi pequeñez y a mi arrogancia.
Entonces, la inseguridad que me daba tocar nuevamente esos lugares, me impedía soltar lo que estaba escribiendo y darlo por terminado, de modo que le pedí feedback a una amiga para que me acompañara a sostener aquella publicación. Entonces, le compartí el escrito, agregando una especie de pedido que venía desde mis más profundos e innumerables miedos (a no hacerlo bien, a “no dar el ancho” e incluso a no ser querida y tanto más). El enunciado del mail decía así: “Te pido que sea con cariño, porque aunque pareciera que no me cuesta abrir mi mundo, siempre es un desafío”. Luego del envío me quedé reflexionando y me di cuenta de que estaba experimentando al máximo mi vulnerabilidad. Me emocionó, entonces, percatarme de cómo al servicio de algo que yo juzgaba más grande, era posible para mí permitirme habitar ese espacio en el que aun percibiendo que había riesgos (reales o supuestos) no perdía de vista que había tanto más por ganar.
Por su parte, mi amiga tras leer lo que le había compartido, respondió a mi correo regalándome no solo su mirada, sino también dándome permiso para apreciar su mundo interior en un escrito en el que vi materializarse todas esas distinciones que en la publicación, desde la distancia (y el resguardo) de lo teórico, pudieron haber parecido aún lejanas. El texto de mi amiga decía así:
“Leyendo el artículo empecé a pensar en mí, en mi arrogancia, dónde la aprendí y se me apareció el miedo… Yo había aprendido a esconderme en mi arrogancia por miedo a ser insuficiente y ¡a no tener nada que ofrecer! Había construido un personaje arrogante, que se sentía superior a los demás para ocultar mi pequeñez… La arrogancia me protegía del dolor de no ser elegida como cuando de niña se armaban los equipos para jugar a las naciones. Reconozco que ante ese evento de niña, al ser la última para integrar un equipo, o bien, ni siquiera ser elegida porque ya no quedaban más opciones, afloraba la vergüenza ante lo que juzgaba un escrutinio público de mi incapacidad e insuficiencia, además de sentir que quedaba al descubierto ante todos de mi falta de valor.
Hoy miro con compasión y ternura a esa niña, a mi niña, quien vivió esa experiencia, le dio una explicación y construyó una muralla que la separó del mundo como una forma de cuidarse y protegerse de lo que juzgó cruel y amenazante. Al respecto, me pregunto: ¿cuántos arrogantes que andan por todas partes habrán vivido una experiencia de insuficiencia que los llevó al igual que a mí a construir personajes para pararse de alguna manera en un mundo competitivo donde aprendimos que sólo caben los mejores, los exitosos y dónde sólo vale ganar?
Hace un par de meses en un programa avanzado de coaching y parada frente a la sala con más de 50 personas me encontré con mi incapacidad de hablar de mis sueños, de mis proyectos y de mis logros. Me fui viendo y sintiendo incapaz de sacar la voz, sintiéndome pequeña como esa niña de antaño. Reconocí, entonces, una vergüenza arraigada en mí, dado aquellas experiencias frente a los ojos de los amenazantes otros y pude darme cuenta de que en ese momento dicha emoción se había anclado en mí y me impedía mostrarme frente a otros y regalarme, compartir mis dones, ser oferta y conectar con mi grandeza, ya que había aprendido a aparecer en el mundo desde mi escudo de arrogancia y no sabía cómo compartirme de manera genuina con otros.
Pude también reconocer cada vez que hablando de mí me ha temblado la voz, se me ha acelerado el corazón y me he ruborizado como resultado del miedo a ese lugar de desnudez nuevo y desconocido y a no vestir el traje de la arrogante inteligente que me protege del miedo y la vergüenza de no tener suficiente que ofrecer para que me elijan, me acepten y al final de cuentas me quieran. De este modo, ese no saber cómo conectar y darle espacio a la grandeza en mí me había arrebatado las posibilidades de aparecer y brillar, de caminar con libertad de ser y elegir.
El haber hecho a la arrogancia mi aliado en donde anclé mis fortalezas, hoy me estaba impidiendo aparecer de manera genuina y libre y, en ese minuto, frente a la sala me conecté con el coraje que requiere caminar con miedo y le agradecí a la arrogancia por haberme acompañado tantos años y la solté. Entonces me quedé ahí temblando, abrazando mi desnudez y vulnerabilidad, y poco a poco fui atreviéndome a conectar con los ojos de aquellos otros que ya no me parecieron amenazantes, sino quienes me invitaban de muchas maneras diferentes a experiencias compartidas y a explorar posibilidades.
Hoy abrazo mi grandeza con todos sus colores y regalos y la anclo en mi yo genuino, en mi vulnerabilidad, en mi desnudez, “ofreciendo-me” como una posibilidad para mí y para otros, con libertad de ser y aparecer cuando así lo elija y aceptando la libertad de los otros también de elegir, de elegirme y de no elegirme también.
Hoy elijo aparecer desde un lugar que ya no requiere de arrogancia para esconder su pequeñez sino que abraza su genuina grandeza con coraje, libertad y con la humildad que para mí significa reconocer que yo me constituyo en otros y con otros, sin pretensiones ni apariencias, desde el lugar genuino de compartirme y regalarme”.
El relato de Vivi en respuesta a mi correo me regaló una nueva reflexión acerca de lo que es posible cuando dos o más almas se conectan desde la vulnerabilidad y -aunque lo diga con pudor- también desde la grandeza.
Creo que la conversación que se dio entre ella y yo venía desde el centro de su vulnerabilidad y de la mía, lo que en su caso le permitió compartirse genuinamente, sin máscaras, así como aceptar -sin más resistencia- aquello que le sucedía y abrirlo a alguien más para aparecer ante el mundo desde lo más íntimo de su ser. En el mío, me ha permitido abrirme a la posibilidad de hacer lo que amo, atreviéndome a dar un salto más allá de mí misma para ponerlo al servicio de algo que creo más grande, lo que ha significado, a su vez, dar un gran paso desde lo profundamente íntimo a lo colectivo, ya que desde niña escribí siempre solo para mí, como un espacio de reflexión que me permitía comprender el mundo que por aquel entonces no entendía (y que muchas veces aún no entiendo). De este modo, creyendo, además, que no podía comunicar en conversaciones lo que sentía y lo que me acontecía, me refugiaba en la escritura para no explotar de todo lo que me guardaba.
Así, pasar de un espacio tan privado a uno más público ha requerido de mucho coraje, de encontrar un lugar en mí desde el que pudiese compartirme sin miedo a todo lo que soy, incluyendo en ello todas mis luces y todas mis sombras, además de darle sentido y otorgar propósito a aquello que estaba haciendo.
Brené Brown, en su charla TED: “El poder de la vulnerabilidad”, explica que la vulnerabilidad surge como resultado de “dejarnos ver de verdad”, a la vez que es el núcleo de emociones como la vergüenza y el miedo, como lo es también de la conexión, la dignidad, el amor, la pertenencia y la creatividad. Asimismo, explica que no es posible desconectar la vulnerabilidad de manera selectiva para una sola emoción y que por tanto, cuando buscamos insensibilizarnos de la vulnerabilidad que nos produce alguna emoción que puede resultar displacentera como la vergüenza, entonces, lo hacemos también de la que nos regalan las demás emociones como la dicha y la gratitud.
En ese sentido, abrirle mi corazón a Vivi permitió que ella se conectara con mi vulnerabilidad y, en consecuencia, aquello contribuyó a que ella pudiera mostrarme también el suyo, así como su propia vulnerabilidad. De este modo, se gestó el diálogo que aquí les compartimos, como un nuevo paso en nuestro aparecer y “dejarnos ver de verdad”, en este camino de desafiarnos a nosotras mismas como parte de nuestro compromiso y anhelo más profundo por aprender y aportar.
En resumen, creemos que sostener un espacio de vulnerabilidad es atreverse a hacerle frente a la incertidumbre que se hace presente en cada paso que damos por el solo hecho de vivir, transitar por la vida sin manual, dejándonos llevar por el coraje que moviliza aquellos anhelos que vienen desde lo más recóndito de nuestro corazón, porque tocar la vulnerabilidad es también conectarnos con el protagonismo de guiar nuestro propio velamen y así, pase lo que pase, cueste lo que cueste, al servicio de algo más grande y que trasciende nuestro propio ser… En definitiva, guiar nuestro barco hacia el puerto que nos propongamos.
Esto hace que se nos aparezcan nuevas reflexiones e interrogantes, como ¿qué mundo sería posible si la vulnerabilidad fuese la forma cotidiana en que, minuto a minuto, los seres humanos eligiésemos conectar con otros? ¿Qué requerimos para hacer que esto sea posible? ¿Cómo podríamos hacer que aquello suceda? Asimismo, ahora que ya conoces más acerca de la vulnerabilidad, te invitamos a reconectar con el poder del protagonismo. Al respecto, ¿qué estás necesitando para permitirte tocar tu vulnerabilidad? ¿Cómo podrías regalarle a tu alma la posibilidad de vivir desde toda tu grandeza?
Si te gustó este artículo y crees que le puede servir a alguien más, te invito a recomendarlo, comentar y/o compartirlo en el siguiente link: https://www.linkedin.com/pulse/cuando-dos-almas-se-conectan-desde-la-vulnerabilidad-nu%C3%B1ez-quiroz/
También, si quieres recibir más información acerca de mis publicaciones, puedes seguirme en LinkedIn, o bien, inscribirte en nuestro blog.
.
.
.
NOTA: Esta columna la hemos escrito en colaboración, Viviana Echeverría Z. y quien suscribe, Anlleni Núñez Q., desde una propuesta colaborativa en la creación de contenido que aporte a promover el coaching como una disciplina relevante para generar nuevas formas de aprender. Asimismo, a través de esta columna, queremos contribuir a difundir esta disciplina, además de facilitar y diversificar su acceso, acompañando a través de reflexiones y preguntas que promuevan un retorno reflexivo que conecte tanto con los dolores e inquietudes como con la propia motivación, a dar los primeros pasos en el camino protagonista de diseñar cada uno, momento a momento, la vida que quiere para sí.
Posted on noviembre 8, 2018
¿Alguna vez dejaste de hacer algo por sentir miedo a ser arrogante? ¿O te sentiste “patudo/a” de ser tú quien hiciera aquello? ¿Alguna vez sentiste vergüenza de contribuir, levantar la mano y dar la respuesta correcta o, en general, de conectarte con tus luces y talentos?
¡Yo sí! Y me pasó en muchas ocasiones. En algunas oportunidades fue algo inconsciente y, en otras, deliberadamente me resté de dar mi opinión, de aportar alguna solución o simplemente de mostrarme y dejarme ver porque no tomé real conciencia de que lo que tenía para aportar era valioso o porque sentía que hacerlo era actuar de forma arrogante.
En mis últimas publicaciones me he referido a cómo el propósito de nuestra vida se hace evidente cuando conocemos, desarrollamos y nos posicionamos a partir de nuestras fortalezas, motivo por el que hoy quiero abrir un tema que estaré desarrollando en las siguientes publicaciones: se trata de ciertos mundos emocionales que favorecen o dificultan la conexión equilibrada con nuestros dones, impactando en cómo los expresamos y ponemos en el mundo, posibilitando o mermando con ello nuestra capacidad de servir, aportar y de sentirnos útiles.
En el último tiempo he estado repasando mucho este fenómeno, sobre todo tras conversar con una amiga, quien reflexionando acerca de su capacidad creativa hizo en voz alta esa pregunta que por mucho tiempo había escuchado en mis conversaciones internas: “¿quién soy yo para…?” Fue entonces que me sentí algo aturdida y se armó un silencio en el que la pregunta retumbó aún más. Esto, porque frecuentemente me lo saboteaba todo y cada vez que la oía se mermaba mi ímpetu de embarcarme en proyectos de mi interés, por lo que rápidamente pude ponerme en sus zapatos y entender los costos que esta experiencia estaba teniendo para ella.
“La maldita pregunta” me conectaba con la sensación de insuficiencia y de -en buen chileno- ¿con qué ropa?, además de desconectarme de mis sueños y de dificultarme tomar conciencia de mis fortalezas. De este modo, lo que me aturdía entonces, era sobre todo, tomar conciencia de que éramos muchos quienes privábamos al mundo de nuestros dones, transformándonos en -como diría mi coach- avaros, mezquinos e incluso cobardes al preferir guardarnos aquello solo para nosotros mismos en vez de ponerlo al servicio de otros. Aunque lo cierto es que en muchas ocasiones ni siquiera “tuvimos opción”, porque no nos dimos cuenta de que nuestros talentos estaban ahí, queriendo estar al servicio del mundo para llegar a ser, en algunos casos, la diseñadora vanguardista, en otros, el generoso coach; la chamana o la elocuente crítica de cine y, en el mío, quien se daba permiso para escribir y cultivar un espacio que amo.
Compartiendo y trabajando de cerca con este suceso he aprendido que es más común de lo que parece; sin embargo, creo que cuesta un poco darnos cuentas de que nos está ocurriendo y hacernos cargo, ya que no tenemos muchas distinciones para nombrar y decir ¡esto es lo que me pasa!
Al respecto, hace algunos años, durante mi formación inicial como coach, conocí un poema que tocó mi alma de manera muy profunda. Es un poema[1] que se dio a conocer en la voz de Nelson Mandela y que dice así:
“Nuestro miedo más profundo no es que seamos inadecuados.
Nuestro miedo más profundo es que somos poderosos sin límite.
Es nuestra luz, no la oscuridad lo que más nos asusta.
Nos preguntamos: ¿quién soy yo para ser brillante, precioso, talentoso y fabuloso? En realidad, ¿quién eres tú para no serlo? (…)”
En ese entonces conocí también dos distinciones que resonaron fuertemente en mí: confundir (i) grandeza con arrogancia y (ii) pequeñez con humildad, dos errores que van más allá de una mera confusión cognitiva, ya que estas emociones pueden arraigarse en nuestro ser modelando así nuestro comportamiento.
Respecto a estos cuatro conceptos, una de las primeras distinciones que me resulta relevante realizar, es que estoy hablando de emociones mixtas (mezcla de dos o más emociones básicas[2]), que como tales “están altamente impregnadas de elementos culturales y de experiencias personales”[3] (Bloch 2006) y que, como toda emoción, actúan como un motor para nuestras acciones “moviéndonos a”. Desarrollaré, entonces, cada una de estas emociones poniendo énfasis en cómo nos posibilitan o dificultan la conexión con nuestras virtudes y fortalezas, además de cómo impactan en nuestra relación con otros y con nosotros mismos.
En primer lugar, la arrogancia es una emoción que se asocia a la altanería, la soberbia y a sentirnos superiores a otros, ya sea por ser quienes somos, por lo que tenemos y/o por lo que hacemos. En ocasiones, incluso, esa sensación viene de atribuirnos un cierto estatus por cosas que nos fueron dadas y en las cuales no tenemos mérito alguno; por ejemplo, el hecho fortuito del país en el que nacimos o el color de nuestra piel. La arrogancia, entonces, nos predispone a actuar como si fuésemos mejores que otros, como si lo tuviésemos todo y, además, como si no hubiese nada más que necesitásemos aprender. Es así que esta emoción nubla nuestra visión exagerando aquello que somos en términos de nuestras capacidades, nuestros talentos, logros y lo que tenemos para aportar al mundo.
En mi experiencia, la grandeza, en cambio, nos permite la legitimación del otro, a la vez que conlleva la conexión con cierta sabiduría que permite reconocer y relacionarnos con nuestros dones y experiencias de manera más ecuánime, ya que pareciera ser que una condición sine qua non para actuar en grandeza es conectar también con la humildad. Es así que este estado emocional nos regala la percepción de nuestros límites, pero sobre todo, la conciencia de todo nuestro potencial, permitiéndonos la posibilidad de una “auto-evaluación exacta”, que corresponde a la habilidad de autoevaluar de manera realista tanto nuestras fortalezas como nuestras limitaciones. Esta, a la vez, corresponde a uno de los componentes de las cuatro capacidades que son eje de la inteligencia emocional, según propone Goleman[4].
Por lo tanto, mientras desde la arrogancia se valora de manera exacerbada aquello que somos, lo que tenemos y lo que podemos lograr, desde la grandeza se genera una valoración equilibrada de estos aspectos, además de tomar conciencia de que todo aquello va más allá de nosotros mismos ya que somos parte de algo más grande. De este modo, mientras que en la arrogancia nos vinculamos con otros de forma desigual y muchas veces nos desconectamos del mundo, en la grandeza lo hacemos horizontalmente, a la vez que se enciende el ímpetu de estar al servicio de aquello más grande. Entonces, uno de los grandes peligros de confundir grandeza con arrogancia es que por miedo a llegar a ser arrogantes nos desconectemos o renunciemos a nuestras luces o no nos permitamos brillar y, con ello, además, nos restemos de servir. En ese sentido, una clave para identificar si estoy experimentando dicha confusión es mirar cómo me relaciono con mis dones, siendo el miedo y la vergüenza una especie de alarma que podrían dar alerta de esta confusión.
La humildad, en tanto, es propuesta por Martin Seligman, como una fortaleza del carácter que pertenece a la virtud de la templanza (capacidad de gestionar nuestras emociones, la motivación y el comportamiento en ausencia de ayuda externa. Incluye a las fortalezas que nos protegen de excesos), definiéndola “como la habilidad de dejar que los logros y las acciones hablen por sí mismas, actuando sin pretensión”[5] y, en complemento, desde mi parecer, implicaría también actuar con naturalidad, sin pudor ni vergüenza ante estos.
Por otro lado, Roberto Bravo G., coach experto en el desarrollo de fortalezas, señala que “no accedemos a la verdadera humildad degradándonos, callando o siendo serviles, sino que esta aparece desde una autoestima fuerte y segura, donde sabemos priorizar con facilidad y poner nuestra atención sobre los otros[6], de modo que la humildad finalmente es una fuerte consciencia de sí mismo sin perder el enfoque en los demás, siendo además una fortaleza que promueve conductas pro-sociales”. En ese sentido, el VIA Institute of Character, señala que “es un error común pensar que la humildad implica tener una baja autoestima, un sentido de indignidad y/o una falta de auto-enfoque, ya que la verdadera humildad consiste en la conciencia de una auto-evaluación precisa y el reconocimiento de las limitaciones, manteniendo los logros en perspectiva”.
Esto nos lleva a referirnos a la pequeñez, una emoción (o estado emocional) que impide el poder identificar y conectarnos dignamente con nuestros dones y fortalezas, lo que implica, en muchas ocasiones, una pérdida de valía en la concepción de nosotros mismos. Esta emoción, nos dificulta también poder relacionarnos horizontalmente con otros y con nosotros mismos, al creer que tenemos poco para aportar, pudiendo llegar a sentirnos pequeños, desempoderados e incluso resignados al perder de vista nuestros dones y lo significativo que podría ser nuestro aporte. Desde la pequeñez puede ocurrir también que si bien logramos identificar algunos dones, no les permitamos brillar, lo cual corresponde a uno de los grandes peligros de confundir pequeñez con humildad.
Retomando la base cultural de las emociones mixtas, una de las reflexiones que cabe hacer es que pareciera ser que nuestra cultura no nos ayuda mucho a conectar con la grandeza y, en cambio, promueve en gran medida la pequeñez. De este modo, por ejemplo, podemos observar frases instaladas en la idiosincrasia chilena, así como preguntas cotidianas del tipo “¿y con qué ropa?” “¿quién eres tú para…?” “¡ella (con tono burlesco)!” o, lisa y llanamente, el “y tú, ¿quién te creí?”. Por otro lado, en el mundo del emprendimiento, por ejemplo, tildamos de sufrir de “delirio de grandeza” a quienes ponen sus ojos en proyectos ambiciosos, confundiendo injustamente la ambición positiva y el anhelo de embarcarnos en grandes proyectos desde la grandeza de querer aportar con la arrogancia de aparentar algo que no se es o proyectar algo de manera más grande a “lo que realmente correspondería”. Es así que creo que despejar esta confusión se nos hace urgente, ya que en ambos casos podríamos correr más o menos los mismos riesgos: perdernos del mundo y que el mundo se pierda de nosotros.
En mi experiencia, uno de los “remedios” para conectarnos con la grandeza y la humildad genuinamente es aprender a vincularnos con otros y con nosotros mismos desde los seres perfectamente imperfectos que somos, aceptando nuestros límites y reconociendo, a la vez, todo nuestro potencial humano (e incluso divino). Para ello, es necesario también darnos permiso para hacer aquello que amamos y que nos sale natural; a hacer guiados por el amor, el goce y el servicio, más allá de la dualidad de hacer bien o mal, mejor o peor, que podrían dar cuenta, en cambio, de estar frente a la pequeñez y la arrogancia. Aprender a sostener simplemente lo que es, sin expectativas de querer ser algo distinto, no desde la resignación, sino desde la fluidez que nos regala la aceptación.
De este modo, te invito a “no tener miedo de tu luz”, conectarte con esta y caminar con ese farol siempre encendido, de la mano de la humildad y la grandeza, tomando conciencia de cuáles son los talentos y fortalezas con los que puedes iluminar tu vida y el mundo, porque sería una gran pérdida no contar con aquello especial que sólo puedes aportar tú, nadie más que tú. Te invito, entonces, a decirle “Sí” a cada idea noble que provenga desde ese lugar interior; que en vez de escuchar la pregunta ¿quién soy yo para ser brillante, precioso, talentoso y fabuloso?, te preguntes, tal como en el poema: ¿quién eres tú para no serlo (privando al mundo de ello)? Porque es nuestra mejor versión lo que la humanidad necesita hoy y le restamos sentido a nuestra propia vida cuando renunciamos a aquello, a la vez que lo hacemos del mundo y de nosotros mismos cuando actuamos pequeños e inseguros.
Si quieres saber más acerca de estas cuatro distinciones, te invito a leer la próxima publicación: “Arrogancia, pequeñez, humildad y grandeza: ¿qué son, cómo reconocerlas y gestionarlas?”. Además, si quieres trabajar respecto a estas temáticas, te invito a escribirme a anunez@thegeniuschoice.com
Si te gustó este artículo y crees que le puede servir a alguien más, te invito a recomendarlo, comentar y/o compartirlo en el siguiente link: https: https://www.linkedin.com/pulse/algunos-peligros-de-confundir-grandeza-con-arrogancia-nu%C3%B1ez-quiroz/
También, si quieres recibir más información acerca de mis publicaciones, puedes seguirme en LinkedIn, o bien, inscribirte en nuestro blog.
[1] Autora: Marianne Williamsom.
[2] Las emociones básicas corresponden a estados funcionales adaptativos del organismo que cambian de un momento a otro según los acontecimientos que se producen en el ambiente externo (eventos) o en el medio interno (pensamientos).
[3] Bloch, S. (2006). Surfeando la ola emocional. Chile: Editorial Norma S.A.
[4] Habilidad de gestionarnos a nosotros mismos y a nuestras relaciones con eficacia. Comprende cuatro capacidades fundamentales: autoconciencia, autogestión, conciencia social y habilidades sociales. Goleman, D. (2005). Liderazgo que obtiene resultados. Harvard Business Review.
[5] Fuente: http://www.viacharacter.org/www/Character-Strengths/Humility
[6] Niemiec, R. (2017). Charácter strengths interventions: A field Practitioners guide.
Posted on noviembre 1, 2018
Hace un par de semanas probé una de las pizzas más ricas de mi vida. Al respecto, quizás te estés preguntando ¿qué tiene eso de relevante? Lo relevante es que ese día no solo probé unas deliciosas pizzas, sino que también me sentí profundamente inspirada para escribir acerca de un tema que me apasiona muchísimo: el desarrollo del ser humano desde una nueva perspectiva apreciativa, integradora y, a mi parecer, también más cuidadosa. Me refiero a la mirada que propone la psicología positiva y el desarrollo del ser humano desde los valores y fortalezas de cada uno.
Para quienes son mis lectores asiduos, supongo que ya van concluyendo mi amor por esta disciplina y cómo la psicología positiva es uno de los mapas que cambió mi propia visión del mundo y del ser humano, convirtiéndose en uno de los fundamentos en que sustento mi trabajo como coach, tanto por su base científica como por la forma en que he visto que contribuye a promover -de manera exponencial- el desarrollo humano, lo cual se alinea de manera perfecta con mi propósito de acompañar a otros a lograr su máximo potencial.
Permítanme, entonces, hablarles de Juan, de sus pizzas y de cómo dio origen a Forni Nomade´s.
Conocí a Juan hace un par de años gracias a Pamela, una de mis grandes amigas de la vida. Ella, conoció a Juan un día, paseando por una feria artesanal donde este trasandino vendía sus productos de orfebrería como artesano, aunque él sólo estaba de paso, porque su espíritu de nómade le hacía, por ese entonces, fijar la mirada más hacia el norte, al otro lado de la frontera.
Imagino que hay mucho que desde ya podrán interpretar… ¡Y sí! Juan y Pamela se enamoraron y juntos emprendieron destino. Sin embargo, al poco tiempo de viaje, supieron que iban a ser padres y -como a muchos- les aparecieron diversas inquietudes.
En resumen, Juan y Pamela volvieron de su viaje y se establecieron en Chile; Pamela se empleó como periodista y Juan buscó diversas posibilidades de trabajo, aunque se le hizo cuesta arriba al no tener estudios formales. Fue así como se empleó en minería, primero como maestro “M1”, para luego formarse como maestro soldador. Sin embargo, nunca se sintió realmente realizado en sus quehaceres, a la vez que sentía que en cada paso que daba debía renunciar a un pedacito de sí.
Con el tiempo, con Pamela y Juan dejamos de vernos a menudo y a ratos nos perdimos el rastro. No obstante, el cariño siempre se mantuvo y, en cada encuentro fortuito, Juan nos invitaba a reunirnos haciendo alusión, además, a que nos invitaba a comer las ricas pizzas que él hacía. Por diversas razones la propuesta nunca se concretó. Pero tal fue mi sorpresa cuando hace unos meses conocí el emprendimiento Forni Nomáde´s que Juan y Pamela montaron, que me propuse sí o sí probar esas pizzas.
Entonces, una vez más, todo sucedió de manera fortuita y sin arreglos previos, cuando Juan remontó con la invitación y finalmente pudimos concretar el bendito banquete, ocasión en la que Pamela y Juan dispusieron todo para compartir y cenar, ¡quedé maravillada! Me sorprendí gratamente de la experiencia, de las historias, del calor del fuego, de la mística alrededor, de lo rico de las pizzas y, sobre todo, de darme cuenta de cómo, al llevar a cabo una acción en la que conspiran muchas fortalezas, solo puede encenderse nuestra pasión y fluir en una experiencia en la que nos fundimos con aquello que se nos da de forma natural y que, por lo demás, amamos. Y es que ese día vi encarnada en una sola persona todo lo aprendido de la psicología positiva y de la mirada de las fortalezas que proponen Martin Seligman y Christopher Peterson cuando se refieren a las “3-E´s: entusiasmo, energía y emoción”[1] (Nimiec, 2017).
Forni Nomáde´s es la marca que da nombre al emprendimiento de esta pareja, sin embargo, son las fortalezas de Juan y Pamela, en sumatoria y puestas al servicio, lo que le dan la vida y el alma a este proyecto que consiste en “un horno artesanal pizzero rodante”, en el que Juan elabora pizzas a la vista de los comensales, mientras Pamela -con mano firme- hace su parte en la administración.
Desde la salsa de tomate (elaborada con receta casera e ingredientes secretos) hasta el más mínimo detalle del horno han sido elaborados por Juan, haciendo converger su labor de artesano, sus habilidades de maestro soldador, su amor por la buena cocina, su espíritu trasandino, su esencia nómade, su espíritu de anfitrión y tanto más en esta hermosa empresa.
Mirar todo este espectáculo de sabores, aromas y del ser al servicio, me hace reflexionar acerca de cuántas veces nos forzamos a seguir caminos que no necesariamente responden al llamado de nuestra alma y, en cambio, nos esforzamos por seguir aquello pre-establecido que, aunque no atienda a nuestro propio llamado interior, responda a “lo que se debe hacer” o a “lo que todos han hecho” y que, por tanto, se considera como el camino de “lo correcto”. Al respecto, mi sensación es que después de mucho iterar y, también, de largas renuncias, Juan y Pamela por fin escucharon sus propios SÍ interiores que les permitieron concretar este proyecto que hoy les llena de éxitos, aunque claro está que no ha sido fácil, ni ha estado exento de vicisitudes.
En ese sentido, cuando conversaba ese día con Juan y Pamela cerca del fuego de Forni Nomade´s, me contaban, además del camino recorrido, acerca de todas las veces que probaron hacer la masa con distintas cantidades de levadura, de las diferentes temperaturas que probaron para hornear las pizzas, de la difícil logística para proveerse de mozzarella de buena calidad a buen precio, además de los diversos ajustes que le han hecho al horno para lograr cada vez una mejor pizza, pero sobre todo, para lograr una experiencia distintiva.
De esta forma, he sido testigo en esta y muchas otras ocasiones de cómo fluir con aquello que se nos da naturalmente bien nos llena el alma y genera un camino de éxito, incluso cuando para lograrlo es necesario sortear diversos obstáculos, o bien, como resume Mihalyi Csikzentmihalyi “(…) cualquiera que haya experimentado flow sabe que el bienestar que implica, requiere un igual grado de disciplina y concentración”[2].
Me pregunto, entonces, si hubiese sido posible para Juan haber llevado a cabo el trabajo que hoy realiza con tanto gozo y dedicación, si no convergieran en aquello sus talentos, lo que ama y le apasiona. Inmediatamente me respondo a mí misma y me digo “NO”, que ni el mayor de los compromisos con realizar una labor impecable puede reemplazar el poder del “flow” que nos regala el ir en línea con nuestras fortalezas y, de hecho, que -con certeza- ese compromiso es producto de aquello y no causa. Es en esta línea que Martin Seligman, padre de la psicología positiva, sostiene que “No hay atajos al flow. Sino por el contrario, necesitamos desplegar todas nuestras principales fortalezas y talentos para encontrarnos con ese mundo”[3]. Sin embargo, pese a todas las posibilidades que se abren cuando trabajamos en línea con nuestras fortalezas, las estadísticas dicen, por un lado, que solo un 17% de las personas las usa de manera consciente, mientras que el 75% no conoce cuáles son estas[4] (Biswas-Diner, 2011).
Entonces, desde ya, nuestra invitación es a tomar consciencia de nuestras fortalezas, ya que estas tienen directa relación con aquello que amamos y nos apasiona y, por lo tanto, son agente causal de nuestro bienestar y felicidad. A la vez, desde esta conexión y el sentido que aquello otorga, es más factible que podamos sostener el camino cuando se hace cuesta arriba, sortear los obstáculos y salir adelante. Asimismo, es nuestro perfil de fortalezas uno de los factores que nos hace únicos[5] (Seligman & Peterson, 2004), por lo que si trabajamos alineados con estas existe mayor probabilidad de que destaquemos en aquello que hacemos.
LA HISTORIA DE JUAN
“La idea del emprendimiento en sí tuvo siempre un gran motivo: ser el sustento de un proyecto mayor que aún no tiene fecha de comienzo pero que podría tranquilamente situarse por estos días. Hablo de un viaje que siempre soñé o soñamos… Y también de varios intentos.
Yo trabajaba en minería y me desempeñaba como M1 y, con el tiempo, adquirí mi calificación como soldador 3G, lo que me dio un mejor sueldo y mayor conocimiento en estructura. En mis tiempos libres movía mi taller de orfebrería, y con el tiempo, me dediqué solo al taller, lo que no fue una buena idea… Y, entonces, volví a la mina… Lo que tampoco fue una buena idea.
En un cumpleaños de mi hijo Astor decidí hacer las famosas pizzas a la parrilla que son tan frecuentes en Argentina y noté que todos quedaron encantados. De este modo, se empezó a convertir en un ritual de mi casa. Luego, recordé las pastas caseras y cuántas cosas había visto cocinar a mis padres. En paralelo, la idea del viaje se me aparecía cada vez que podía. ¡Nunca me abandonó!
Los conocidos empezaron a decirme que podría hacer pizzas para vender. Fue así que comenzó a darme vueltas la idea de cómo solucionar el tema y la independencia laboral como principal motivación y empecé a recopilar información, a dibujar y a resolver un montón de detalles. Pasaron algunos años, porque no fue tan sencillo. Pame no estaba muy de acuerdo. Entonces, ¡tuve que saltar nomás!
Invertí cada peso que había ahorrado, intentando llegar con los recursos que tenía a un resultado óptimo y que se notaran buenas terminaciones, a la vez que aprovechara al máximo los fondos con los que contaba. Mis conocimientos en construcción, albañilería, gasfitería, soldadura, estructura y el amor por la cocina se conjugaron… No lo había visto así hasta aquella vez que conversamos y vos me lo hiciste ver… ¡Fue como meter todo eso en una licuadora y sacar un carrito bien particular y llamativo!
Forni Nomade´s cuenta, además, con una administradora con un látigo bien importante (lo que igual agradezco, aunque mucho no me agrade). Pame se encarga de la administración y la presentación con una efectividad del 1000%. Ella con su visión nos ha acomodado comunicacional y formalmente de una manera necesaria para esto.
Finalmente, este proyecto fue siempre pensado y visualizado en el entorno de mi familia, con ellos alrededor, ser el sustento de un viaje familiar que si me preguntas, en sí, ¡ese es el gran proyecto!”.
Retomando la historia de Juan, ¿qué fortalezas nos aparecen en su experiencia de vida? Podemos apreciar, por ejemplo, su creatividad; su pasión por aprender y la perseverancia; quizás, también, la humildad en darse cuenta de que podía soltar y volver a empezar, además de su auto-liderazgo al movilizarse de forma protagónica hacia el bienestar suyo y de su familia. También, equilibrio y autorregulación en el sopesar el esfuerzo con el costo de realizarlo; cercanía y afectividad en el sostener con su entorno más cercano y valentía en atreverse.
Finalmente, con lo que quisiéramos quedarnos es que Juan es un vivo ejemplo de cómo aparece nuestra “power zone” o nucleo poderoso[6] (Mayerson, 2015), donde nos movilizamos desde la alineación de nuestras fortalezas más sólidas y presentes, así como nuestros recursos e intereses. Del mismo modo, su historia nos confirma que, a pesar de que los talentos pueden ser desaprovechados, los recursos externos escasos, el propósito incierto o las habilidades disminuidas en el tiempo y, en consecuencia, todo puede parecernos perdido, siempre tenemos nuestras fortalezas de carácter para transitar nuevos caminos. Es así que cuando nos enfocamos en ellas, las energizamos y encausamos, ellas pueden cristalizar, evolucionar e integrarse con otras cualidades positivas para contribuir a nuestro bienestar de manera activa y manifiesta, apareciendo un claro hilo conector entre fortalezas, flow y alinear nuestro propósito como algo evidente y necesario.
Entonces, ¿quieres dar saltos cuánticos en tu vida? Ya sabes, ¡desarróllate a partir de tus fortalezas!
Al respecto, te invitamos a reflexionar y a tomar conciencia en torno a este tema. En este sentido, algunas preguntas que nos surge regalarte son: ¿conoces tus fortalezas? ¿Cómo podrías vincular tus fortalezas a tu propósito de vida? ¿Cuánta energía pierdes en concentrarte en lo que te falta en vez de invertirla en aquello que sí tienes?
Si quieres identificar y desarrollar tus fortalezas ¡te acompañamos! Contáctanos escribiéndonos a rbravo@thegeniuschoice.com o a anunez@thegeniuschoice.com
Si te gustó este artículo y crees que le puede servir a alguien más, te invito a recomendarlo, comentar y/o compartirlo en el siguiente link: https://www.linkedin.com/pulse/pizza-y-prop%C3%B3sito-cuando-nuestras-fortalezas-cobran-nu%C3%B1ez-quiroz/?published=t
También, si quieres recibir más información acerca de nuestras publicaciones, puedes seguirnos en LinkedIn, o bien, inscribirte en este blog.
NOTA: Esta columna la hemos escrito en colaboración, Roberto Bravo y quien suscribe, desde una propuesta colaborativa en la creación de contenido de valor que aporte a promover el coaching como una disciplina relevante para generar nuevas formas de aprender. Asimismo, a través de esta columna, queremos contribuir a difundir esta disciplina y facilitar y diversificar su acceso, acompañando a través de reflexiones y preguntas que promuevan un retorno reflexivo que conecte tanto con los dolores e inquietudes como con la propia motivación, a dar los primeros pasos en el camino protagonista de diseñar cada uno, momento a momento, la vida que quiere para sí.
[1] Niemiec, Ryan M. (2017). Character Strengths Interventions.
[2] Csiksentmihaly, M. (1990). Flow, the Psychology of optimal experience.
[3] Seligman, Martin E.P. (2011). Flourish.
[4] Biswas-Diener, R. (2011). Practising Positive Psychology Coaching.
[5] Peterson, C. & Seligman, M.E.P. (2004). Character strengths and virtues: A handbook and classification.
[6] Mayerson, N. (2010). Character jazz (Article available from the VIA Institute on Character).
Posted on octubre 25, 2018
Uno de mis mayores emprendimientos ha sido vivir mi vida a concho anclada a algo que le dé propósito y sentido. En esa búsqueda he iterado bastante y, si bien se dice que “quien es aprendiz de mucho es maestro de nada”, es mi espíritu de aprendiz lo que me ha regalado la posibilidad de ser maestra de mi propia vida y lo que me ha traído, en gran medida, hasta este lugar que hoy habito, “un lugar” que no es una región u otro espacio físico, sino un espacio interior en el que se nutren mis anhelos más profundos y en el que se anclan mis acciones.
De niña tuve sueños de todo tipo respecto a mi futuro, pasando de querer ser asalta bancos a monja misionera, o cosas más concretas y tradicionales como veterinaria o ingeniera forestal. Si bien de adulta seguí un camino distinto al que describo, hoy, mirando en retrospectiva cada sueño, encuentro en cada uno algo que me movía a ser quien soy hoy (o estoy siendo), encontrando en estos mis valores, mis motivadores y mis fortalezas, a la vez que me siento orgullosa de ya sentirme a mis anchas y transitando por fin por mi propio camino.
Sin embargo, no siempre fue así. Por mucho tiempo, como mencionaba al principio, estuve en una búsqueda que en ocasiones -recuerdo- fue casi desesperada. Y es que mi alma necesitaba sentir con convicción que estaba en el camino correcto y contar, al menos, con esa certeza.
Desde niña escuché a mi padre hablar acerca de la importancia de entender cuánto valía cada persona simplemente permaneciendo parada en una esquina. Se refería a saber el propio valor interior, lo que era una invitación permanente a conocer mi propio valor estando detenida allí sin más, sin títulos que hablaran de quien soy, sin ropas de etiqueta que hablaran de mí, sino simplemente estando de pie y apareciendo desde mi mera presencia. Por largo tiempo no tuve ninguna respuesta a esa pregunta, como tampoco tenía la sensación de que mi vida marcara alguna diferencia significativa para el mundo. Hoy, en cambio, en plena conexión con mi propósito, pienso y siento distinto. Vibro distinto. Mi sensación es que tengo tanto para aportar y que me he conectado de nuevo con esas ganas que tenía de niña de cambiar el mundo; y aunque sé que no es posible hacerlo sola -tal como el colibrí de la fábula- desde un tiempo en adelante me he comprometido, al menos, a hacer mi parte.
Muchas veces pensamos que al renunciar a un sueño renunciamos, a la vez, a todo lo que este implica; sin embargo, en mi experiencia me he dado cuenta de que los sueños, tal como la energía, no se destruyen o crean, sino solo se transforman. Es así que hoy soy capaz de rescatar de cada motivación su anhelo más profundo. En ese sentido, por ejemplo, de querer ser una asalta bancos, desprendo que siempre hubo un ímpetu en mí que me llevaba a aventurarme por espacios no tan ortodoxos; en contraste, del querer ser monja misionera observo mi intención de servicio y, más que mi apego al mundo religioso, veo la importancia que siempre le he otorgado a lo espiritual; de ser veterinaria o ingeniera forestal, interpreto mi conexión y amor por la naturaleza. Así, de tantos otros sueños que tenía de niña, que si bien no llevé a cabo en su totalidad, puedo desprender qué había, trayendo a mi presente un poquito de la psicóloga, de la abogada y de la mujer que soñaba con tener un colegio, porque todo aquello aún perdura y es parte de mi propósito de vida hoy.
Hace unos días me encontré con un Ikigai que había hecho hace un par de años mientras realizaba un diplomado en felicidad. Me sorprendí gratamente de cómo he encarnado, casi sin querer, lo que había encontrado en esta herramienta y recordé, también, lo poderoso que fue para mí cuando la conocí.
Mientras escribo este relato, algo en mí se conmueve profundamente. Lo interpreto como que algo viene a ratificar que ¡por fin estoy en mi camino y hallé el sentido de mi vida!
Como contexto, ikigai[1], es un concepto japonés que quiere decir algo así como “por lo que me levanto cada mañana” y, de acuerdo a la cultura nipona, cada persona tiene el suyo. Entonces, el gran desafío está en descubrirlo, para lo cual se requiere de una búsqueda interior.
Hacer mi ikigai me ayudó a reflexionar también acerca de lo perdida que me sentía cuando, recién egresada del colegio, tuve que tomar grandes decisiones. En ese entonces, creo que una de mis mayores tristezas radicaba en que interpretaba que elegir era siempre sinónimo de renunciar y atribuía que sí o sí estaba ante un momento crucial de mi vida en el que las decisiones que tomara marcarían un punto de inflexión que implicaba, además, una espacie de poda, en la que todos los caminos que no escogiera en ese momento quedarían inevitablemente atrás. Mi pensamiento en ese entonces era de “es esto o lo otro” y, si bien tuve la posibilidad de acompañarme del amor de mis padres y sentirme respaldada en mis decisiones, además de poder acceder a un buen preuniversitario y darme tiempo para decidir, también sentía el peso de la decisión sobre mis hombros.
Hoy les comparto este relato y les hablo de mí como una puerta de entrada para hablarles de alguien más. Y es que reflexionando acerca de esta experiencia de vida, una vez más se me apareció la importancia de acompañarnos de otros cuando recorremos los distintos caminos de la vida. Por ello, recordé el precioso trabajo que hace José Luis Cuevas, un coach a quien admiro profundamente por el gran compromiso que ha tenido en su propio desarrollo como coach, la fuerza y pasión que he visto que él ha puesto en su búsqueda interior y, sobre todo, lo poderoso que ha sido para mí ser testigo de su propia transformación.
José Luis es lo que en el mundo del coaching se conoce como “Coach Vocacional” y el propósito de su trabajo es acompañar a otros a reconocer cuál es su llamado vocacional, validarlo y aceptarlo, identificando para ello qué necesitan aprender para llegar al lugar donde sueñan, cuáles son sus pasiones, con qué recursos cuentan para emprender su viaje y qué factores, tanto internos como externos, necesitan reconocer para encontrar lo que en palabras de Sir Ken Robinson[2], educador, escritor y conferencista británico, se conoce como “el elemento” de cada uno, algo así como su propio ikigai. Luego, con la claridad que nos entrega el saber quiénes somos, José Luis acompaña a su coachee a elaborar un plan de acción detallado, que le permita avanzar en la dirección elegida en un camino que esté alineado con sus fortalezas y pasiones, además de permitirle caminarlo a su propio ritmo.
Lo que me mueve a hablarles de este coach es que, si bien estoy feliz de mi camino tal como lo he hecho y, en palabras de Steve Jobs, hoy puedo conectar cada punto, sé también que mi búsqueda ha significado un esfuerzo importante para mí y también para mis seres queridos, ya que he tenido que invertir muchos recursos para lograr estar donde estoy hoy. Al respecto, quiero aclarar que cuando hablo de recursos no me refiero sólo al dinero, sino también al tiempo y a la energía que he puesto, además de los costos que esto ha implicado, porque más de una vez me he embarcado en proyectos que, en ocasiones, por falta de claridad, me han desviado de mi camino, además de sostener por mucho tiempo una sensación de soledad, de estar perdida y de no hallar un sentido claro para mi vida.
Conocer nuestras fortalezas y espacios de aprendizaje es clave para abordar nuestro camino de vida. Es así que, en palabras del maestro Humberto Maturana: “Para levantar una carga muy pesada, es preciso conocer su centro. Así, para que los hombres puedan embellecer sus almas, es necesario que conozcan su naturaleza”[3].
De este modo, si te estás preguntando si el trabajo en que estás tiene realmente sentido para ti o si el lugar donde te estás desempeñando no es el que quisieras, o bien, quieres reinventarte y tienes o no claridad en qué, te invito a contactarte con José Luis, él sin duda te acompañará a lograrlo.
JOSÉ-LUIS CUEVAS T.
Coach Ontológico
Liderazgo de Equipos de Alto desempeño
+569 65957250 · jlzcuevast@gmail.com
Santiago · Chile
Soy Anlleni Núñez y acompañarte a lograr tu máximo potencial, es uno de mis mayores propósitos.
[1] https://es.wikipedia.org/wiki/Ikigai
[2] https://es.wikipedia.org/wiki/Ken_Robinson
[3] Matura, H. & Varela, F. (1994). El árbol del conocimiento. Santiago: Editorial Universitaria.